El infante en apenas tres años de vida, pasa de ser totalmente dependiente de un adulto, a convertirse en un ser cada vez más autónomo e independiente. Se trata de una etapa de importantes y acelerados cambios, altamente sensibles a las influencias externas, que van a ir construyendo su individualidad. En esta etapa de la vida, el efecto, la salud y la calidad de atención que recibe en el entorno familiar, las oportunidades las experiencias comunitarias e institucionales, el tipo de integraciones sociales que entabla, van a ir determinando el proceso de desarrollo y aprendizaje.
La infancia temprana se considera desde el momento del nacimiento hasta los tres años de edad; esta etapa es la más significativa del desarrollo humano por los profundos cambios que se viven y por las informaciones de carácter neurológico, físico y psicológico que ocurren en este periodo.
Sin embargo, para lograr que la actividad programada responda a las necesidades y características de cada niña o niño y adquiera la destreza esperada, es importante identificar los casos o conductas que le llevaran al logro de la misma.
Este intrincado y complejo proceso, en el que lo madurativo se ve afectado por el interactivo y viceversa, depende en buena medida, de que la calidad de cuidado y las oportunidades de educación temprana que se le proporcione a la niña o niño, aspectos que deberán ser tomados en cuenta cuando se tiene la responsabilidad y compromiso de lograr que esta primera etapa de la vida se convierta en un pilar fundamental del individuo en formación, especialmente cuando se trata de los grupos más vulnerables de la población. Mientras se encuentre organizado el tiempo que la niña y el niño transcurre con el adulto, mayor será el efecto de su accionar; todo lo que se haga o deje de hacer en esta etapa repercutirá en su vida futura.